Con el agua caliente, por el desagüe de la ducha, se fueron las relaciones que nos unían. Se fueron aclarando. Cuando bajé las escaleras ya no había pertenencias. Bajaba a escuchar de tu boca lo que ya me había dicho el agua. Bajaba a rendirme. Por eso no quise ese primer beso, porque ya no me pertenecía. Ya no era tuyo ni mío, ya no era de nadie.
Y como no había pertenencias ni ataduras ni relaciones restrictivas, éramos libres. Pero tú no lo sabías. Aún estabas atado a tus palabras, a los recuerdos. No había pertenencias, pero había futuro. No había presente ni pasado, pero éramos libres de no ligarnos a un futuro fruto de la inercia. Éramos libres incluso de construir un futuro de nuevas relaciones. Pero tú aún no lo sabías.
Lo que duele no es el presente, ni el pasado, ni que ya no te pertenezca ni tú me pertenezcas. Lo que duele es el futuro incierto, el que no quieres construir y el que se parece cada vez más a un pasado o a un vacío. Aún no sabes que ya somos libres, pese a todo. Aún no sabes usar las nuevas relaciones que podríamos regalarnos. Aún no quieres mirarme a los ojos.
Lo has ganado todo, aunque te sientas perdido. Y yo, que te he perdido todo, no estoy rendida. Y aún así, no entiendo por qué no nos sentimos libres. No sé por dónde empezar a escribir este futuro. No sé qué nombre ponerle porque quizá ni exista, porque quizá tampoco me pertenezca...
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