Todo está en calma: mi pelo, mi risa, mis manos, mi respiración pausada. El silencio envuelve esta noche como todas las noches, y ya no estás. No vuelves. A veces acaricio lentamente tu hueco vacío en mi colchón con la mano que dejabas caer sobre tu pecho e inspiro lentamente. Casi me parece oler tu cuerpo. Aún está caliente.
Recordarte ahora es casi sonreír. Sonreír brevemente es mucho mejor que llorar. Se me antoja recordarte en los mejores momentos y los recuerdo en cualquier parte, porque todo eres tú. Hemos vivido tanto en tan poco... Nos quedaba mucho aún todavía. Quería verte aquí. Ojalá sea cierto lo que me dice mi cabeza y nos quede toda la vida para volver a querernos. Para volver. Para que vuelvas. Para querernos es la parte más fácil.
Lo que me queda es una pequeña melancolía diluída en una tímida locura. Te echo de menos siempre a cuentagotas porque no me dejo más. No puedo más. Vivo un mundo de sensaciones paralelas, vivo más la que me hace bien. Escojo quererte infinitamente. Escojo vivir. Escojo combinar lo incompatible en un acto de rebeldía. Siempre fui rebelde. Siempre fui a mi manera. Melancolía se escribe a mi manera, siempre besando al viento por si alguna vez te llega. Por si alguna vez me esperas en la puerta.
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