Hora de perder o de pedir. De parar los pies, de sentarse sobre ellos. Hora de sufrir un poco hoy por lo que (no) vendrá mañana. Y quién sabe. Hora de llover sobre las sábanas limpias, de dormir acurrucada, de pasar frío. De echar de menos a quien más has odiado en un segundo. Sólo un segundo. De parar tu reloj, contener la respiración y fruncir el ceño. De temblar los párpados. La voz. Los sollozos silenciados. Hora de gritar muy bajito y quedarse muy quieta. No queremos caer al vacío, no queremos. No me mires así, no me mires. No me digas que no y que sí, no me digas. ¿No me mimas? Ahora. Hora de volver a repasar los pasos, buscando un falso camino, uno muy retorcido. Retuérceme la vida. Dime que no estoy loca. Es hora de bailar por las hogueras encendidas, por los fuegos que aún queman, que matan, que arden vida. Es hora de volver a morir entre tus brazos. Y, si hace falta, es hora de volver a escribir lo que me callo. Ya es hora.
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