Eso no fue olvidarte sino enterrarte. Tan hondo que te me clavaste, como una espina de pez. Tan profundo que te me atragantaste, mucho después. Y yo era incapaz de respirar, sin saber a qué diablos se debía.
A veces, la ansiedad brota de la nada y es un sin sentido. A veces, le pongo tu nombre a la ansiedad para darle algún sentido. A veces, creo que mi vida no tiene ningún sentido sin poder pronunciar tu nombre. Otras veces, simplemente recuerdo que he vivido sin mirar atrás y entonces también me doy cuenta que he vivido sin mirar hacia dentro. Y cuánto ha dolido.
Me duermo pensando en el olor que tenía tu cuerpo cuando dormía contigo entre tus brazos, es lo único que entonces me calma. No se lo puedo explicar a nadie. Nadie sabe que a veces solo por ti he vivido y que una vez, solo por ti también, estuve a punto de matarme. Para enterrarte. Enterrarnos. Enterrarme.
Tuve tanto miedo que me di la vuelta como un calcetín usado y decidí ser mi lado oscuro. No sentir, no querer, no pensar, no saber. Ser otra persona, no ser más yo, no ser más nunca nada parecido. Fue lo más parecido a revivir, a renacer, a reencarnarse, pero también a pactar con el diablo, a bajar al infierno, a vivir en el limbo. Fue la cosa más estúpida que se me ocurrió hacer para salvarme la vida.