Hay un montón de gente que viene y va en el mismo vagón que yo. Es ese vagón en el que estás sólo para ir a alguna parte. De un lugar a otro. Para bajarte en la parada que quede más cerca de tu destino. En el que no se oye nada bueno ni nada malo. El que no huele. En el que no sientes frío, tampoco calor. Es un vagón sin colores estridentes y con pocos acelerones. A veces para en medio de un túnel y, después de un tiempo indeterminado, recobra su marcha. Y nadie se immuta.
Es uno de esos vagones que va la mayor parte del tiempo bajo tierra, aunque a veces entra un rayo de sol por las ventanas y te desconcierta. Una voz monótona va cantando las paradas. También los trozos de línea parados y las incidencias. A veces se llena, a veces quedan tan sólo un par de personas. A veces todas las paradas parecen iguales y no te das cuenta de cuántas veces has ido dando vueltas. En algunas paradas puedes cambiar a otro vagón con otras paradas, otra gente, otro transcurrir. Pero da palo, porque ya has tomado asiento.
Yo no sé si es el vagón en el que te escondes o es el vagón que casi nadie quiere tomar, pero sé que te sientas sola y debes decidir tú sola abrir en algún momento dado las puertas. Lo mismo se te pueden pasar las oportunidades como puedes precipitarte. Y fuera nadie se dará cuenta de que andas perdida en un lugar que ni conoces ni deseabas. Es terriblemente extraño.
Dan pocas ganas de cogerlo, pero a veces no te das cuenta y te encuentras ya en él y entonces lo realmente complicado es decidirse por salir. ¿Hará calor? ¿Será invierno? ¿Habrá gente, edificios, plazas, bancos, estatuas? ¿Me sentiré cómoda en ese aire tan libre?
¿Será esta, al fin, mi parada?
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