El amor empieza a terminar cuando tienes la sensación de estar robando algo. Cuando te sientes un ladrón entre las sábanas, entre tu cama y la suya. Cuando se empieza a decir “esto es mío” o “esto es tuyo” o empieza la voluntad a tornarse obligación en medio del tedio. La mayoría de los hombres tienden a pensar que soy algo especial. Que soy alguien diferente. Tal vez se enamoran de algo que no existe. Intentan besarme siempre en un amanecer diferente, intentan inventar su propio espacio, su propio tiempo, su propio término “amor”. Al principio todo es como el mar en el horizonte y se ve lejos y cerca dependiendo del vaivén de las olas, entretiene las verdaderas razones, el verdadero yo. Luego, cuando se dan cuenta que sólo soy una chica que llora algunas veces, es demasiado tarde. No sé en qué momento ocurre eso, ni sé en qué momento ni durante cuánto tiempo tienden a engañarse. A engañarme. A engañarnos, al fin y al cabo. Sólo sé que una vez fue él y otra vez fui yo, y que al final una vez fue una inmensa tristeza. Y la otra también. Porque nunca fue fácil terminar deshaciendo la fantasía, desligando todos los hilos y todos los nudos, desandando todo lo que un día quisimos construir. Porque cuando se dan cuenta de ello yo sí les he reservado un hueco en mi propia palabra “especial”.
Con qué cordura encauzo los desastres...
Con qué locura disfrazo más verdades...