dissabte, 10 d’octubre del 2009

Intentando descubrir un nuevo amanecer...


El amor empieza a terminar cuando tienes la sensación de estar robando algo. Cuando te sientes un ladrón entre las sábanas, entre tu cama y la suya. Cuando se empieza a decir “esto es mío” o “esto es tuyo” o empieza la voluntad a tornarse obligación en medio del tedio. La mayoría de los hombres tienden a pensar que soy algo especial. Que soy alguien diferente. Tal vez se enamoran de algo que no existe. Intentan besarme siempre en un amanecer diferente, intentan inventar su propio espacio, su propio tiempo, su propio término “amor”. Al principio todo es como el mar en el horizonte y se ve lejos y cerca dependiendo del vaivén de las olas, entretiene las verdaderas razones, el verdadero yo. Luego, cuando se dan cuenta que sólo soy una chica que llora algunas veces, es demasiado tarde. No sé en qué momento ocurre eso, ni sé en qué momento ni durante cuánto tiempo tienden a engañarse. A engañarme. A engañarnos, al fin y al cabo. Sólo sé que una vez fue él y otra vez fui yo, y que al final una vez fue una inmensa tristeza. Y la otra también. Porque nunca fue fácil terminar deshaciendo la fantasía, desligando todos los hilos y todos los nudos, desandando todo lo que un día quisimos construir. Porque cuando se dan cuenta de ello yo sí les he reservado un hueco en mi propia palabra “especial”.


Con qué cordura encauzo los desastres...
Con qué locura disfrazo más verdades...


¡Que me muero por tenerte aquí conmigo!





Fría como una estatua de sal en un mausoleo de cristal,
seca hasta los huesos por llorar
y muerta como puede estar Tiberio en su guacal.

Toda en ruinas como el Partenón,
sola como terminó Colón,
pálida como una mona lisa,
amargada como un limón,
arrugada como acordeón.

Como la esfinge cuando perdió su nariz,
como Alejandro Magno sin su espada y sin su dardo,
como un pobre cristiano en pleno imperio romano.

Busco algo que pueda contestar
porque estoy cansada de pensar
como es que transcurren los segundos
y yo sobrevivo a este diluvio universal.

Sin más esfuerzo la explicación aparece en un viejo cajón
y en menos de una sola fracción vuelve a vivir
y se viste de verde el corazón.

Como la esfinge cuando perdió su nariz,
como Alejandro Magno sin su espada y sin su dardo,
como un pobre cristiano en pleno imperio romano.

¡vuelve!

Que mi vida se desliza por un caño,
que mis pies de estar parados tienen callos,
ya no sé cómo decirte que te extraño
y ya en estas he pasado más de un año.

¡vuelve!

Que mi barca se esta hundiendo en el lodo,
que de angustia me he mordido hasta los codos,
que mi mundo esta vacío y aburrido,
¡que me muero por tenerte aquí conmigo!

divendres, 9 d’octubre del 2009


Lo imaginé: un día taparme con la misma sábana que tú y en un bostezo decirte “cariño, mañana me gustaría hacer el amor contigo”. Qué triste sería tenerte tan demasiadamente cerca y sólo rozarte en un descuido. Y me pregunté si alguna vez quizá podría llegar a invertirse el universo, o si quizá la mayoría por una sola vez podía estar equivocada, o incluso si a lo mejor el amor verdaderamente duraba para siempre. Se me ocurrió dejar de reírme al imaginar una cocina sucia, una habitación revuelta, la ropa sin tender, los niños gritando por la casa, el ordenador siempre encendido. Vislumbré las facturas, los días del calendario marcados en rojo, el viaje a París, los consejos del médico, la mujer malcarada del tercero, la repetitiva ruta del autobús. Imaginé tus ojos, cada vez más pequeños, e imaginé el tiempo igualmente menguando. Se me cayó el alma al suelo, como se le cae a mi madre cada vez que cree tener una decepción, y terminé mi fantasía en un punto y aparte rotundo. Rotundo como el no que marca cada mujer en su cabeza cuando decide ser valiente. Como el que le ha dado la vida a tantas otras mujeres que se resignaron, al final, a agachar la cabeza y amar un recuerdo, acariciar una vida, llevarlo todo a cuestas.