Sin ser físico cuántico puedo describírtelo.
El universo, como yo lo entiendo para que me de paz, casi podría ser una nueva religión. Es un conjunto de realidades transcurriendo en paralelo, un multiverso, en el que existe al menos una en la que somos felices juntos. Esa no es la realidad que habito, aunque yo pensara que sí.
En la realidad que me ha tocado vivir, tú no estás y no tendré nunca más ni un solo átomo tuyo. Y tú al chocar conmigo me ionizaste toda, cargándome en negativo, llevándote contigo muchos de mis protones. Y a veces creo que soy antimateria y que tenemos prohibido acercarnos el uno al otro para no aniquilarnos, como si los dioses griegos nos hubieran condenado por los siglos de los siglos en esta eterna agonía. Otras simplemente es como si ya no existieras, casi como si hubieras muerto, no encuentro la diferencia.
Y elijo, así, paliar mi sufrimiento y este vacío con la simple idea de que en algún lugar y en otro o quizá en el mismo tiempo existe otra yo y otro tú y somos una fantasía. Somos un eterno sueño de una noche de verano. Somos todo lo que echo de menos, todo lo que no puedo ya ser, lo que no me está permitido en esta, mi realidad.
Y viajo en el tiempo y en el espacio, en mi mente. Sé que no debería pero ¿cómo no convertirse por un instante en otro yo y poder tener a otro tú, aunque no sea corpóreo? Es lo único que me queda. También es todo lo que me duele. Me hiere. Subirse a ese agujero de gusano es volver a hurgar en una herida cada vez más profunda y, aún así, parece que te calma un ratito. Sé que eso tiene un nombre. Pero también sé que podré traerme de vuelta, seguir en el mismo universo, que es nuestro universo, ver las mismas estrellas, sobrevivir mi vida.