No he prometido quererte. No he prometido escribirte. Y sin embargo, aquí me tienes. Otra vez.
Cambié mi tiempo, mi espacio, mi ritmo, mis sueños. A menudo también mi sonrisa. Cambié poco y mal. Desperté a ratos de ese sopor que me envolvía. No sé en qué día estoy aún muriendo. Pero morir no es fácil tampoco. Alguien dijo una vez que para renacer, para resurgir de las cenizas, antes había que morir. Que ser ceniza. Tal vez dejarse llevar por el viento o dejarse caer. Pero morir no es fácil tampoco.
Pero déjame, déjame intentar escribir algo. Déjame decir algo así rápido.
Hay cosas que no cambian. Hay cosas inamovibles en mí, en ti, en todo. Hay quien es capaz de encontrar facilidades por las que seguir sintiendo. Porque para vivir hay que sentir, sentir mucho y con todos los sentidos. En todos los sentidos. Hay que desgarrarse los momentos uno a uno, compartirlos, disfrutarlos, guardarlos para siempre. Aunque para siempre sea mucho tiempo …
Cuando mirando a tu lado ves la misma imagen que mirando hacia atrás, en esos buenos y bonitos momentos … eso, como dicen, no tiene precio. Quizá tenga un toque de cursilería, pero no tiene precio. No tiene por qués. No tienes siquiera que dar un motivo, una razón, una lógica. Lo es. Es así, así de fácil. Como recorrer de nuevo una espalda, o besar sus labios, o volver a reírte de lo mismo. Volver a hacer ese gesto. Volver a sentir algo nuevo, que se parece a ti. Y que aparece tan natural como volver a escribirte de nuevo. Porque, de hecho, jamás dejé de hacerlo. No importa cuántas letras se hayan perdido en mi memoria. Volver a juntarlas, volver a sentir, es fácil. Contigo.